El trabajo que hacemos es llamado el trabajo del Creador, porque la Luz es la única que siempre hace algo: Ella origina, cambia, corrige y llena los deseos. La Luz hace todo: Es la única fuerza creativa.
Aparte de la Luz, existe el deseo. El deseo desea algo, pero cuando la Luz no viene y lo llena, comienza a sentir aflicción. Después, la Luz comienza a jugar con el deseo: lo llena un poquito, después lo deja insatisfecho; después, una vez más lo llena, lo despoja y lo deja vacio; ésta le permite al deseo atravesar varias fases de llenado y deficiencia.
Debido al trabajo tan elaborado de la Luz, el deseo se vuelve más listo. Comienza a detectar de qué tipo de llenado careció antes y cual tiene actualmente; también comienza a reconocer varias formas de la Luz. Así es como el deseo desarrolla el intelecto, el cual se las arregla muy simplemente y quiere saber solo una cosa: como obtener un máximo llenado.
En otras palabras, en lugar de dejar al deseo simplemente desear algo, el intelecto comienza a trabajar con él. Este direcciona el deseo y le enseña a elevarse por encima de su exigencia pasajera. El intelecto inspira al deseo a sufrir un poco ahorita para que después pueda tener mucho más. Esto aplica al trabajador quien es pagado al final del día, a un hombre de negocios que invierte millones en el mercado de valores intentando ganar más en el futuro, y a un paciente quien está listo para atravesar una cirugía por el bien de una recuperación futura, etc.
¡Un deseo plano no es capaz de tales cosas! Sin embargo, el intelecto que crece junto con el deseo es capaz de contribuir con este, acercando así la forma futura de llenado y haciendo que el deseo esté listo para sufrir.
Así es como la Luz actúa: desarrolla el deseo y hace crecer el intelecto uno al lado del otro. Esta “pareja”, el deseo y el intelecto, se unen y comienzan a trabajar en contra de la Luz. Al complementarse uno al otro, ambos se vuelven más sensibles y listos, y trabajan conjuntamente en relación al Creador.
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