Si todo sucede de acuerdo al plan del Creador, ¿entonces para qué
sirven nuestros esfuerzos? Como resultado de
nuestro propio trabajo, basado en el principio de castigo y recompensa,
adquirimos desde lo Alto la comprensión del Dominio del Creador. Luego, nos
elevamos a un nivel de conciencia donde vemos claramente que es el Creador el
que gobierna todo y que todo está predeterminado.
Sin embargo, primero debemos alcanzar esta etapa, y hasta que lo
hagamos, no podemos determinar que todo está en manos del Creador. Además,
hasta que alcanzamos esa etapa, no podemos vivir o actuar según Sus leyes,
porque no es esa la forma en que comprendemos el funcionamiento del mundo. Por
lo tanto, podemos actuar solamente de acuerdo a las leyes de las cuales tenemos
conocimiento. Sólo cuando hayamos invertido esfuerzos basados en el principio
del «castigo y recompensa» seremos dignos de la confianza absoluta del Creador.
Sólo entonces, tendremos el derecho de ver el panorama verdadero
del mundo, así como la manera en la cual funciona. Y cuando lleguemos a esa
etapa, y nos demos cuenta que todo depende del Creador, lo añoraremos. Uno no
puede expulsar los pensamientos y deseos egoístas de su propio corazón y
dejarlo vacío. Solamente al llenar el corazón con deseos espirituales
altruistas en lugar de los egoístas, podemos sustituir las aspiraciones pasadas
por las opuestas, y de esta manera, aniquilar el egoísmo.
Aquellos que amamos al Creador estamos seguros de sentir aversión
hacia el egoísmo, puesto que sabemos por experiencia personal cuánto daño puede
causar el ego. Sin embargo, puede que no tengamos los medios necesarios para
librarnos del ego, y eventualmente nos daremos cuenta que está más allá de
nuestras posibilidades expulsar el egoísmo, puesto que es el Creador el que nos
ha conferido –a Sus creaciones– esta cualidad.
A pesar de que no podemos deshacernos del egoísmo por nuestros
propios esfuerzos, mientras más pronto nos demos cuenta que el egoísmo es
nuestro enemigo y nuestro exterminador espiritual, más fuerte será nuestro odio
a él. Eventualmente, este odio hará que el Creador nos ayude a superar al
enemigo; de esta manera, incluso nuestro egoísmo servirá al propósito de la
elevación espiritual.
El Talmud dice: «Creé al mundo sólo para los completamente justos
y para los completamente pecadores». Es comprensible por qué el mundo sería
creado para los absolutamente justos, pero ¿por qué el mundo no fue creado
también para aquellos que no son ni absolutamente justos ni pecadores
absolutos? De manera inadvertida, percibimos la Providencia de acuerdo a la
manera en que ésta nos afecta. Es «buena» y «amable» si nos agrada, y «dura» si
nos causa sufrimiento. Es decir, consideramos al Creador ya sea bueno o malo,
dependiendo de cómo percibimos nuestro mundo.
Por consiguiente, sólo existen dos maneras en que los seres
humanos perciben la Providencia del Creador sobre el mundo. Ya sea que lo percibimos
y vemos la vida como algo maravilloso, o negamos la Providencia del Creador
sobre el mundo, y asumimos que el mundo está gobernado por «fuerzas de la
naturaleza».
A pesar de que posiblemente nos demos cuenta que el último
escenario es improbable, nuestras emociones, en vez de nuestra razón,
determinarán nuestra actitud hacia el mundo. Por lo tanto, cuando observamos la
disparidad entre nuestras emociones y nuestra razón, comenzamos a considerarnos
pecadores.
Cuando comprendemos que el Creador desea conferirnos sólo
beneficio y el bien, nos percatamos que esto sólo es posible aproximándonos a
Él. De tal manera que si nos sentimos distanciados del Creador, percibimos esto
como «malo» y, entonces, nos consideramos pecadores.
Pero si sentimos que somos tan malvados que imploramos al Creador
que nos salve, pidiéndole que se revele para darnos el poder de escapar de la
prisión de nuestro egoísmo hacia el mundo espiritual, entonces el Creador nos
ayudará inmediatamente.
Es por esta forma de condición humana que este mundo y los Mundos
Superiores fueron creados. Cuando alcanzamos el nivel de pecador absoluto,
podemos rogar al Creador y, eventualmente, subir al nivel de los absolutamente
justos. Así, sólo podemos ser dignos de percibir la grandeza del Creador
después de habernos liberado de toda presunción y de haber reconocido la
impotencia y la bajeza de nuestros deseos personales.
Cuanta más importancia le atribuyamos a la cercanía con el
Creador, más lo percibimos a Él y mejor podemos discernir los diversos matices
y manifestaciones del Creador en nuestra vida diaria. Esta profunda y
conmovedora veneración hacia Él, generará sentimientos en sus corazones y como
resultado, la alegría fluirá internamente.
Podemos ver que no somos mejores que quienes nos rodean, y sin
embargo, también podemos ver que, a diferencia de nosotros, otros no han ganado
la atención especial del Creador. Es más, otros ni siquiera están conscientes
de que existe la posibilidad de comunicarse con el Creador; tampoco les importa
percibirlo y entender el significado de la vida y del progreso espiritual.
Por otra parte, no nos queda claro cómo es que somos merecedores
de una relación tan especial con el Creador, en la cual se nos brinda, aunque
fuera sólo ocasionalmente, la oportunidad de preocuparnos del propósito de la
vida y de nuestro vínculo con el Creador. Si en ese punto podemos apreciar la
actitud especial del Creador hacia nosotros, entonces podemos experimentar
gratitud y alegría ilimitadas.
Cuanto más podamos apreciar el éxito individual, más profundamente
agradeceremos al Creador.
Mientras más matices de sentimientos experimentemos en cada punto
e instante particular de contacto con el Creador, mejor apreciaremos la
grandeza del mundo espiritual que nos es revelada, así como la grandeza y el
poder del Creador omnipotente. Esto trae como resultado el fortalecimiento de
la confianza con la cual podemos anticipar nuestra futura unificación con Él.
Al contemplar la vasta diferencia entre las características del
Creador y aquellas de Sus seres creados, es fácil llegar a la conclusión de que
ambos pueden llegar a ser compatibles solamente si los seres creados alteran su
naturaleza absolutamente egoísta. Esto es posible sólo si la persona se
auto-anula, como si no existiera; por lo tanto, no hay nada que los separe del
Creador.
Sólo si sentimos que sin recibir una vida espiritual estamos
muertos, (como cuando la vida ha dejado el cuerpo), y sólo si sentimos un
ferviente deseo de una vida espiritual, podemos recibir la posibilidad de
entrar en esta vida espiritual y respirar el aire espiritual.
(Extracto del libro "Alcanzando los Mundos Superiores")
Material relacionado:
"ALCANZANDO LOS MUNDOS SUPERIORES" Michael Laitman
Disponible en Nuestra TIENDA DE LIBROS
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