DEL
CAPÍTULO, “LA MADRE PRESTA SU ROPA A LA HIJA”
(EL ZÓHAR - ANOTACIONES AL COMENTARIO DE RABÍ YEHUDA ASHLAG)
Uno puede imaginar
su camino desde el punto bajo de nuestro mundo hasta la cúspide espiritual —el
Creador— como un pasaje por una serie de cuartos. En total, entre nuestro
estado y el Creador hay 125 recintos conectados para atravesar. Cada uno de
éstos tiene sus propiedades peculiares, y sólo los que ostentan estas mismas
propiedades pueden estar en él. Si independientemente de lo que su razón le
aconseja, el hombre modifica sus propiedades, automáticamente es movido como
por una corriente invisible al recinto que corresponde a sus nuevos atributos.
Así es como
podemos movernos entre estas estancias: un cambio infinitesimal interior de
nuestras características evoca la influencia de un campo de fuerza espiritual
sobre nosotros, e inmediatamente nos trasladamos a un nuevo lugar de
equilibrio, donde nuestras propiedades internas coinciden completamente con las
propiedades externas del campo espiritual. Por tanto, no existen guardianes en
las entradas o salidas de estos cuartos; en cuanto nos transformamos para
corresponder con las propiedades del recinto siguiente, superior,
automáticamente somos allí transferidos por la corriente o campo espiritual.
¿Qué propiedades
debemos cambiar para movernos de una estancia a otra dentro de este campo espiritual?
Tan sólo tenemos que transformar el tipo de placer al cual aspiramos. No
podemos evitar recibir placer, ya que así es toda la materia de la Creación, es
todo lo que fue creado. Sin embargo, podemos modificar el objeto de nuestras
aspiraciones; es decir, de qué queremos disfrutar: de la tosca recepción de
meras necesidades, o del hecho que el Creador está satisfecho con nosotros de que
le otorgamos, lo cual significa que nosotros acordamos recibir [de Él] tan sólo
porque Su deseo [es deleitarnos].
Nuestro “yo”, la
entidad que siente el placer, está presente en todos nuestros deseos, que
cambian incesantemente tanto en magnitud como en los objetos deseados. Este
“yo” nunca desaparece. Lo único de lo cual debemos librarnos es de esa
sensación de que hacemos algo para satisfacer ese “yo”. En cambio, debemos
aspirar a sentir los deseos del Creador, la manera en la que Él se siente
contento con nosotros (tal como una madre está contenta con los logros de su
progenie). . .
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