Estamos en tal ocultamiento que ni siquiera lo sentimos.
Nosotros percibimos toda la realidad solo en nuestro interior, y todo
lo que sentimos dentro son las impresiones de nuestro deseo egoísta que
en realidad no existe en absoluto.
En el mundo espiritual
no existe una noción tal como el deseo de disfrutar que recibe por su
propio bien. Si el deseo está dirigido hacia sí mismo, no puede recibir
nada y permanece en la oscuridad.
Nuestro deseo egoísta, sin embargo, está en un nivel tan bajo, tan
inferior que se nos permite sentir algún tipo de realidad en él, una
huella de lo que nos parece que es la realidad.
Cuando empezamos a desarrollarnos y a
obtener mayores deseos e intenciones por el bien del otorgamiento,
empezamos a sentir el sistema superior. Antes que esto suceda cada uno
de nosotros es como una persona inconsciente, que mientras delira siente
una especie de mundo imaginario en el que parece existir, como alguien
en estado de coma, que ve las imágenes que se ejecutan a través de su
cabeza, como a veces ocurre en un sueño.
Cuando nos despertamos y volver a nuestros sentidos, nuestro deseo es estar ya en otro nivel y tener la intención
por el bien del otorgamiento. Por lo tanto, nos volvemos conscientes de
que todo lo sentimos dentro de nuestro deseo y que no hay nada afuera.
Todo lo que antes nos parecía externo también era una sensación dentro
del deseo de recibir.
Nos también alcanzamos el mundo
espiritual en nuestro deseo de recibir. Los niveles inanimado,
vegetativo y animado de la naturaleza, toda la gente, todo este gran
mundo, y todo lo que sucede en él, no son más que cambios en mi deseo de
recibir que me hacen sentir que el mundo está cambiando. Descubro las
otras almas, es decir los deseos ajenos para que pueda yo conectarme con
la intención de otorgar, y entonces ellos se vuelven partes mías que me
ayudan a medir hasta qué punto estoy en otorgamiento.
Yo fui mantenido en la niebla a
propósito, para que no fuera capaz de sentir a los demás mientras
trataba de acercarlos y sentirlos como partes inseparables mías. Si
trato de acercar todo lo que me parece realidad externa, puedo corregir
mi vasija de otorgamiento.
La medida a la que debo traer los deseos
externos, ajenos: el inanimado, vegetativo, animado, y hablante y
unirlos en un todo único, dentro de un organismo espiritual que consta
de “cerebro, huesos, tendones, carne y piel” (Moaj, Atzamot, Guidin, Basar, Orh) o de “raíz, alma, cuerpo, ropa, aposento” (Shoresh, Neshamá, Guf, Levush, Heijal)
es la medida de mi acercamiento a la verdad. De hecho, no existe nadie
sino solamente yo, quién siento toda la realidad dentro de mí mismo y
por lo tanto construyo la vasija por dentro para percibir al Creador en
ella.
Tengo que juntar todas las partes entre
sí, hasta que todas ellas se conviertan en “un hombre con un corazón” y
toda la gente que me pareció ajena sea parte de mi alma. Por lo tanto,
cada uno de nosotros avanza sin molestar a nadie. Cada uno de nosotros
construye su propio mundo en su propio plano, según su propio corte,
como la alcanzándolo como su mundo interior. Y el Creador llena este
mundo, es decir que la persona está en adhesión con la Luz, con el
Creador que lo llena.
(57427 – De la 1º parte de la lección diaria de Cabalá del 10/12/2011, Escritos de Rabash)
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