“…es totalmente imposible realizar
el más mínimo movimiento sin alguna motivación, o sea, sin la posibilidad de
beneficiarse de alguna forma.”
“… cuando una persona mueve su
mano de la silla a la mesa, le parece que al poner la mano sobre la mesa,
recibirá mayor placer. De no pensar así, la persona dejaría su mano en la silla
por el resto de su vida sin moverla siquiera un centímetro; ni qué hablar de un
mayor esfuerzo.”
(“La Paz”, Rabí Yehuda Ashlag)
Los
deseos no surgen de la nada. Se elaboran inconscientemente en nuestro interior
y surgen solamente cuando llegan a ser algo definido, como “ ... quiero pizza”.
Antes de esto, los deseos o no son percibidos, o al menos, sentidos como una
inquietud general. Todos hemos experimentado ese sentimiento de querer algo
pero no saber exactamente qué es; es un deseo que no ha madurado.
Platón
dijo una vez, “La necesidad es la madre de la invención”, y estaba en lo
cierto. De forma similar la Cabalá nos enseña que la única forma en la que
podemos aprender algo es primeramente queriendo hacerlo. Es una fórmula muy
simple: cuando queremos algo, hacemos lo necesario para conseguirlo. Sacamos el
tiempo, acumulamos energía, y desarrollamos las habilidades necesarias. Esto
significa que el impulso del cambio es el deseo.
La
forma en que se desenvuelven nuestros deseos define y determina toda la historia
de la humanidad. A medida que estos se desarrollan, incitan a la gente a
estudiar su medio ambiente, de forma que puedan colmar sus deseos. A diferencia
de los minerales, plantas, y animales, la gente se desarrolla constantemente. En
cada generación, y en cada persona, los deseos se vuelven más y más fuertes.
El
motor del cambio - el deseo - está hecho de cinco niveles, de cero a cuatro. Los
cabalistas se refieren a este motor como “el deseo de recibir placer”, o
simplemente “el deseo de recibir”. En los comienzos de la Cabalá, hace unos 5.000
años, el deseo de recibir estaba en el nivel cero. Hoy, como podemos adivinar,
estamos en el nivel cuatro, el nivel más intenso.
Pero
en aquellos tempranos días en los que el deseo de recibir estaba en el nivel
cero, los deseos no eran lo suficientemente fuertes para separarnos de la
naturaleza y a los unos de los otros. En aquellos días, esta unidad con la
naturaleza, que hoy en día muchos de nosotros pagamos por volver a aprender en
clases de meditación (y afrontémoslo, no siempre con éxito), era la forma
natural de vida.
La
gente no se conocía de otra manera, incluso no imaginaban que pudieran estar
separados de la naturaleza, ni lo deseaban. En realidad, en esa época, la
comunicación de la humanidad con la naturaleza y entre todos los seres humanos
discurría con tanta fluidez que las palabras no eran necesarias, y en su lugar,
la gente se comunicaba mediante el pensamiento, en forma similar a la
telepatía. Era un tiempo de unidad, y la humanidad por completo era una sola
nación.
Pero
entonces ocurrió un cambio: los deseos de la gente comenzaron a crecer y
llegaron a ser más egoístas. Las personas empezaron a querer cambiar la
naturaleza y a usarla para ellos mismos. En lugar de querer adaptarse a ésta,
quisieron modificarla para sus propias necesidades. Llegaron a distanciarse de
la naturaleza, y por consiguiente, a separarse y alienarse entre sí. Hoy,
muchos siglos después, estamos descubriendo que esto no fue una buena idea;
simplemente no funciona.
Es
más, desde esta división, hemos estado confrontando a la naturaleza. En lugar
de corregir el incremento del egoísmo para permanecer en unión con ella, hemos
construido un escudo mecánico y tecnológico que asegura nuestra protegida existencia
de los elementos naturales. Esto significa, sin embargo, que seamos conscientes
o no, estamos en realidad tratando a toda costa de controlar sus leyes y tomar
el asiento del conductor.
Hoy
en día, mucha gente se está cansando de la ruptura de las promesas
tecnológicas, de riqueza, salud, y lo más importante, un porvenir seguro. Muy
pocos han logrado todo eso hoy en día, e incluso no pueden afirmar que tendrán
lo mismo mañana. Pero el beneficio de este estado es que nos está forzando a rexaminar
nuestra dirección y preguntarnos. “¿Es posible que estemos equivocando el
camino?”
Particularmente
hoy, en la medida en que reconocemos la crisis y el punto muerto que enfrentamos,
podemos admitir abiertamente que el camino que hemos escogido es un callejón
sin salida.
En
lugar de compensar nuestro egoísta distanciamiento de la naturaleza escogiendo
la tecnología, deberíamos haber cambiado éste por altruismo, y consecuentemente
por unidad con la misma. En Cabalá, el término usado para este cambio es Tikkún
(corrección).
Percatarnos
de nuestro alejamiento de la naturaleza significa que reconocemos la división
que aconteció entre nosotros (seres humanos) hace cinco mil años. Esto es
llamado “el reconocimiento del mal”. No es fácil, pero es el primer paso para un mañana mejor.
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