Estoy encerrado en mi cascara, la cual me aparta del Creador que está
afuera. Soy un esclavo, no puedo escaparme por mis propias fuerzas.
En cada momento actúa sobre mí una fuerza que, automáticamente, me devuelve
a mí mismo, a mi centro egoísta.
¿Cómo puedo obligarme a prestar atención a lo que pasa afuera para
comprender que “eso” también soy yo?
Entender que allí estoy junto al Creador. Allí está mi realidad verdadera.
Allí estoy fuera de mi animal. Allí está mi alma, fuera de este “yo” egoísta
que ahora imagino como mi “yo” verdadero.
Son dos fuerzas que actúan en la naturaleza. Debo arreglar todo de tal
manera que la segunda fuerza (centrifuga) actúe sobre mí del mismo modo
natural, instintivo e inevitable que la primera (centrípeta).
¡Que dicha fuerza capte mi mente y mi corazón y sáqueme con vigor hacia
afuera! ¡Que me obligue a pensar sobre otras personas y preocuparme por ellas!
Necesito esto, porque no podré encontrar mi alma de otro modo…
Que me ayuda la fuerza del grupo cabalístico. Sólo el grupo puede
convencerme de salir de mi círculo y poner atención sobre lo que está “fuera de
él”.
Cuando cambio mi actitud de lo “interno” a lo “externo”, dejo de
preocuparme de mi cuerpo y empiezo a preocuparme de mi alma. ¡Entiendo que esta
realidad externa que me parecía ajena e indiferente, esconde en sí misma mi yo
verdadero!
Este círculo externo es más valioso para mí que el círculo interno, porque
allí está mi alma eterna.
El círculo interno, al contrario, es un animal que sólo vivirá unos 70
años.
Pero la ocultación no me permite verlo. Cuando empiezo a entender esto, me
pasmo: ¡qué broma me hace el Creador…!
(Reflexión diaria, Extracto de la preparación a la lección diaria, laitman.es)
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