Por Rav Dr. Michael Laitman
Para descifrar el secreto de la felicidad, debemos descubrir en
primer lugar quiénes realmente somos y cuál es nuestra naturaleza, lo cual es
muy sencillo: Somos el deseo de ser felices. En otras palabras, todos nosotros
queremos recibir placer y disfrutar, o como lo llama la Cabalá, “el deseo de
recibir”.
“… El deseo de recibir placer constituye toda la sustancia de la Creación, desde el principio hasta el final, de modo que toda la incalculable cantidad de criaturas y sus variedades no son otra cosa sino grados y valores distintos del deseo de recibir.”- Cabalista Yehuda Ashlag (Baal HaSulam), Prefacio a la Sabiduría de la Cabalá
Tal vez estén familiarizados con lo anterior. Pero nuestra
naturaleza, el deseo de recibir, es mucho más sofisticada de lo que nos parece.
No es tan sólo un deseo constante que siempre nos está dando ligeros codazos
para buscar la felicidad. Este deseo de recibir es realmente lo que nos mueve a
realizar todo, desde las acciones cotidianas, insignificantes, hasta los
pensamientos que pasan por nuestra mente.
El deseo de recibir busca satisfacción a cada paso y se asegura
que no descansemos hasta satisfacer sus demandas. Es el que determina
constantemente nuestro estado de ánimo; si lo complacemos, nos sentimos
felices, nos sentimos bien, la vida es una canción; pero, si no lo hacemos,
estaremos frustrados, enojados, deprimidos, nos volvemos violentos y hasta con
pensamientos suicidas. Puede que ya lo hayas reflexionadolo que tan a
menudo pasa para nosotros inadvertido –y lo que por cierto constituye la clave
para develar el secreto de la felicidad- es el hecho que, una vez que hemos
complacido nuestro “deseo de recibir”, el placer que en algún momento sentimos,
desaparece.
El célebre autor irlandés Oscar Wilde, definitivamente lo sabía
cuando escribió, “En este mundo sólo ocurren dos tragedias. Una, es no
conseguir lo que queremos y la otra es conseguirlo. La última es por mucho la
peor, es una verdadera tragedia”. La Cabalá nos explica el proceso para lograr
la felicidad, de la manera siguiente: Primero, deseamos algo y nos esforzamos
por obtenerlo. En el momento que conseguimos lo que anhelábamos, nos invade una
sensación de placer, alegría y deleite. En términos cabalísticos, el
primer encuentro entre cualquier deseo y su satisfacción es el punto máximo del
placer.
Es decir, tan pronto logramos lo que queremos, el deseo se va
desvaneciendo. En pocas palabras, ya no sentimos el deseo por lo que hayamos
conseguido, y como resultado, el placer se va esfumando hasta desaparecer por
completo.
Por ejemplo, has sentido tanta hambre que crees que podrías
comerte un trozo de filete grueso y jugoso, tú solo, sin convidar a nadie (los
vegetarianos pueden pensar en un enorme plato de verduras). Pero, ¿qué pasa
cuando empiezas a comer? La primera cucharada es un éxtasis y la siguiente es
maravillosa. La que le sigue es buena y luego, pues, sí… está bien. Sin
embargo, después va disminuyendo su importancia, hasta que acabas diciendo, “Ni
un bocado más, voy a reventar”.
Esto se aplica a todo, no sólo a la comida. Podemos pasarnos años
soñando con el auto deportivo. Pero cuando al fin lo tenemos, aunque por unos
momentos o días sintamos una emoción inmensa, descubrimos que poco a poco lo
vamos disfrutando menos. Hasta que al final, cada vez que lo conducimos, sólo
pensamos en la gigantesca deuda que hemos adquirido, y en el hecho que habrá
que pagarla en los próximos tres años.
El Profesor de Economía, Richard Easterlin, de la Universidad del
Sur de California, uno de los pioneros en la investigación de la felicidad,
llama a este fenómeno “adaptación hedonista”, que significa, “Compro un auto
nuevo y me acostumbro a él. Adquiero un nuevo guardarropa e igualmente me
acostumbro. Rápidamente nos adaptamos al placer que recibimos…” Pero este no puede
ser el final de la historia.
Después de todo, al describir estos acontecimientos, vemos que
todos nosotros anhelamos encontrar el placer duradero. ¿Es posible que la
naturaleza nos haya colocado en este círculo vicioso en el que siempre seremos
desgraciados? ¿Será la felicidad tan sólo un cuento de hadas que nunca se va a
convertir en realidad?
Afortunadamente, la Cabalá nos explica que la naturaleza no es
cruel; que de hecho, su único deseo es darnos la felicidad que tanto buscamos.
Si nuestra aspiración a ser felices no fuera destinada a ser realizada, no
habríamos sido creados con ella. El
propósito de la naturaleza es que logremos alcanzar, de manera independiente,
una sensación de total y completa felicidad, no parcial o temporal, sino
absoluta, perfecta y eterna.
Y en realidad, estamos más cerca de alcanzarla de lo que pensamos.
De hecho, la reciente tendencia por investigar la felicidad y la creciente
comprensión de que siempre permanecemos insatisfechos nos han permitido
efectivamente acercarnos a la verdadera felicidad. Estamos comenzando a
reconocer el patrón: la felicidad no depende de qué cantidad de dinero ganamos
o lo bien que funciona nuestro matrimonio. De hecho, no tiene relación alguna
con cualquier placer terrenal que tratemos de recibir, sino con nuestra
condición interna. Estamos empezando a descubrir el hecho fundamental de que la
felicidad puede ser lograda sólo si utilizamos un principio distinto de gozo.
La Cabalá nos ayuda a resolver el problema de la felicidad desde
su raíz. Ya hemos explicado la razón por la que nunca experimentamos placer
duradero: el encuentro del placer con el deseo neutraliza de inmediato el
deseo, y éste al ser neutralizado, nos impide disfrutar del placer.
Así que el secreto de la felicidad, nos explica la Cabalá, es
agregar otro ingrediente a este proceso: la “intención”. Esto significa que
continuamos deseando como antes, sólo que le damos un nuevo giro al deseo: lo
dirigimos hacia fuera de nosotros, como si estuviéramos dando a otro. En otras
palabras, esta intención de otorgamiento, convierte a nuestro deseo en un
conductor del placer. Si elevamos nuestro deseo al plano espiritual, en función
de dar, el placer que sentimos nunca va a parar; continuará fluyendo a través
de nuestro deseo siguiendo nuestra intención. Y nuestro deseo podrá seguir
recibiendo continuamente sin nunca llegar a saciarse.
Y esa es la fórmula para el placer interminable o la felicidad
duradera. Cuando uno aplica esta fórmula, pasa en realidad por una transición
muy profunda, y empieza a sentir diferentes tipos de placer. La Cabalá los
llama “espirituales” y justamente son eternos. La verdadera felicidad se
encuentra a la vuelta de la esquina, esperando a que aprendamos cómo
experimentarla, cómo agregar la intención a nuestro deseo. Al estudiar la
Cabalá adquirimos esta nueva intención espiritual de manera natural y empezamos
a recibir conforme al deseo de la Naturaleza, o sea, plenamente. Y es por esto
que “Cabalá” significa “recibir”, en hebreo, ya que es la sabiduría que justamente
nos enseña cómo recibir el placer duradero.
(La Voz de Cabalá, kabbalah.info/es)
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