Las fronteras de la alegría
“En este mundo sólo hay dos tragedias. Una es no obtener lo que quieres y la otra es obtenerla. La última es la peor; la última es una verdadera tragedia.
Oscar Wilde, El abanico de Lady Windermere
Si examinamos el placer que obtenemos al adquirir conocimiento, dominio, honor, riqueza, placer o de la comida y el sexo, parecería que en estos casos, el mayor placer se experimenta en el breve encuentro entre el deseo y su satisfacción. Desde el momento en que empezamos a llenar nuestros deseos, el placer disminuye.
El placer experimentado al satisfacer un deseo puede durar unos cuantos minutos, algunas horas o días, pero acaba extinguiéndose. Aún si pasamos muchos años intentando lograr algo, como tener una prestigiosa oficina, una vez que la tenemos, perdemos la sensación de placer.
Aparentemente, el placer que satisfizo al deseo también lo eliminó.
Lo que es más, cuando el placer permea al deseo y después se desvanece, crea dentro de nosotros un deseo de disfrutar que es dos veces más grande que el deseo original. Lo que nos satisface hoy, no nos va a satisfacer mañana. Queremos más, mucho más. Por consiguiente, satisfacer nuestros deseos a la larga los incrementa y nos obliga a realizar mayores esfuerzos por satisfacerlos.
Cuando el deseo por obtener cosas disminuye, nuestra sensación de vida y nuestra vitalidad disminuye por igual. Así es como la sociedad humana constantemente le proporciona a cada miembro nuevos deseos que nos reaniman con otro momento fugaz. Sin embargo, una y otra vez nos llenamos por un momento para vaciarnos de nuevo y sentirnos más frustrados.
“En este mundo sólo hay dos tragedias. Una es no obtener lo que quieres y la otra es obtenerla. La última es la peor; la última es una verdadera tragedia.
Oscar Wilde, El abanico de Lady Windermere
Si examinamos el placer que obtenemos al adquirir conocimiento, dominio, honor, riqueza, placer o de la comida y el sexo, parecería que en estos casos, el mayor placer se experimenta en el breve encuentro entre el deseo y su satisfacción. Desde el momento en que empezamos a llenar nuestros deseos, el placer disminuye.
El placer experimentado al satisfacer un deseo puede durar unos cuantos minutos, algunas horas o días, pero acaba extinguiéndose. Aún si pasamos muchos años intentando lograr algo, como tener una prestigiosa oficina, una vez que la tenemos, perdemos la sensación de placer.
Aparentemente, el placer que satisfizo al deseo también lo eliminó.
Lo que es más, cuando el placer permea al deseo y después se desvanece, crea dentro de nosotros un deseo de disfrutar que es dos veces más grande que el deseo original. Lo que nos satisface hoy, no nos va a satisfacer mañana. Queremos más, mucho más. Por consiguiente, satisfacer nuestros deseos a la larga los incrementa y nos obliga a realizar mayores esfuerzos por satisfacerlos.
Cuando el deseo por obtener cosas disminuye, nuestra sensación de vida y nuestra vitalidad disminuye por igual. Así es como la sociedad humana constantemente le proporciona a cada miembro nuevos deseos que nos reaniman con otro momento fugaz. Sin embargo, una y otra vez nos llenamos por un momento para vaciarnos de nuevo y sentirnos más frustrados.
Del Caos a la armonía
Doctor Rav Michael Laitman
Pagina 41 a 44.
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