En el exilio yo no siento al Creador, siento que me falta Él. Entonces continuo dirigiéndome hacia la unidad, y el ego, el Faraón, aparece como si estuviera cada vez más endurecido. Finalmente, yo no sé qué hacer, no veo ninguna salida, y entonces se revela en mí el punto llamado “Moisés“. Este empieza a sacarme hacia lo desconocido, mientras que yo estoy confundido y sin saber en qué difiere este punto del Faraón. Así, Moisés crece en el palacio del Faraón, en el ego, ya sea que se sepe de Faraón o que se funda con él en mis ojos. Él aspira directamente al Creador, pero se nutre de amor propio.
Y, de esta manera yo avanzo: Quiero construir una vasija, pero en vez de ello construyo “ciudades pobres”, Pitón y Ramsés. Cada vez que quiero acercarme a los demás, unirme, surgen nuevos problemas: disputas y separación, desapego e indiferencia. El ego ostenta el poder y no me deja libre, no me deja hacer nada. No importa cuán arduamente intente atraerme hacia la conexión, esta no existe. Mis esfuerzos le hacen bien al “Faraón” y dañan a “Israel”.
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