El enfoque “estoy en contra de todo el mundo” penetra también en la educación de nuestros hijos. Queremos protegerlos frente a las amenazas del mundo y su contexto, y buscamos las herramientas adecuadas para ello. ¿La actitud y las acciones que emanan de ella protegen al niño a largo plazo, o quizá conviene observar las cosas desde un ángulo diferente?
En los últimos diez años, las actividades extra-escolares se han vuelto cada vez más populares. Los padres quieren ofrecer a sus hijos complementar su educación (marco educativo). Entre las clases de ballet, escultura, clases de guitarra, fútbol, también se han popularizado el judo y las artes marciales entre otras. No pocos hechos demuestran que el niño encuentra energía a través de estas actividades, y no pocos padres, aunque no lo reconozcan, ven en estas actividades la posibilidad de brindar a sus hijos medios para defenderse a sí mismos.
La capacidad del niño para protegerse ante el fenómeno de bravuconería y violencia que se volvió parte inseparable del ambiente escolar, eleva de a poco la sensación de seguridad. De hecho, estos fenómenos sólo se refuerzan, y las aptitudes que les enseñemos a nuestros hijos hoy no necesariamente cumplen su cometido. También en la educación. Nosotros le enseñaremos al niño cómo enfrentarse con ‘fulano’, y mañana aparecerá ‘mengano’, más nuevo, más temible, más exigente que el primero. Parece que nunca podremos acompañar el ritmo para proteger verdaderamente a nuestros hijos.
El origen de esta sospecha, está en realidad en la forma de pensamiento estructurado que lo determina, puesto que el problema existe en el entorno y entonces debemos protegernos a nosotros mismos. El entorno violento y amenazante nos obliga defendernos y estar alertas. La concepción “yo en contra de todo el mundo” es transmitida por nosotros a nuestros hijos consciente o inconscientemente. La sabiduría de
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