La revolución industrial trajo consigo muchos cambios: mejoró los métodos de trabajo y producción, elevó el nivel de vida, provocó la transición masiva desde el campo a las nuevas ciudades que fueron construidas y condujo a revoluciones sociales, culturales y educativas. Todos estos procesos se conectaron más y más y garantizaron felicidad y prosperidad, pero más que nada, marcaron nuestra llegada a un grado nuevo y sin precedente en el desarrollo humano – la “globalización”.
Cuando la globalización recién comenzó a cobrar vida, los especialistas nos dijeron que las conexiones ciñéndose entre nosotros nos conducirán a hablar en un mismo idioma, nos permitirán pasear donde queramos y nos abrirán las puertas a contactos económicos, políticos y sociales que no hemos conocido aun. Y efectivamente, así fue. Solo que, así como hemos descubierto últimamente, y estamos aun sintiendo en carne propia, la definición de la palabra “global” es, cómo decirlo, mucho más amplia.
En la última crisis económica y en la crisis ecológica, que está ya cobrando fuerza, hemos descubierto que “global” no es solamente comunicarse con los amigos por el iPhone, mientras comemos un McDonald’s en Tailandia sobre mesas plásticas fabricadas en China, sino también depender de muchas personas. Sin darnos cuenta, han cambiado las leyes del juego; una noche nos fuimos todos a dormir, y al otro día fue como si hubiéramos despertado en la casa del “Gran Hermano”. De un estado en el que c
ada uno rema hacia delante de forma personal, pasamos al estado en el que todos remamos en un solo bote global, completamente pendientes el uno del otro. En una paráfrasis sobre lo que ha escrito últimamente el prestigioso columnista del New York Times, Thomas Friedman, se puede decir que en el mundo global en el que vivimos hoy, cuando alguien en el otro lado del planeta se rasca una oreja o se da vuelta en la cama, aquí debemos buscar refugio…
El hombre - de “lobo” a “garante”
Todo está muy bien, se puede decir, pero - ¿por qué no seguir beneficiándonos a cuenta de los demás? ¿Cómo es que, de pronto, el comportamiento egoísta del hombre se convirtió en un problema? Después de todo, el ego no es algo nuevo, hace muchos años que está con nosotros…
Esto es cierto. Por ello es que el ego es sólo parte del problema. La novedad está en el cambio que se formó en las relaciones entre nosotros. De momento que las personas se conectaron unas a otras en conexiones que no se pueden disolver – la realidad cambió. Es decir, el problema no está sólo en nuestro creciente ego sino en el hecho de que actuamos egoístamente, mientras vivimos dentro de la naturaleza, que es un sistema cerrado – cada acción que tú haces afecta a los demás, pero también regresa a ti como un boomerang y te golpea.
Aunque a veces nos cueste justificar un lince que ataca una cebra, hay que comprender que este lo hace solamente porque tiene hambre, y no por placer o deseo de sentirse superior. El lince abandona el cadáver y se aleja al sentirse satisfecho. El hombre, sin embargo, es la única criatura en la naturaleza que goza con su superioridad sobre los demás; la única criatura que desea explotar su entorno para beneficio propio, que jamás se contenta con lo que tiene, que toma del entorno mucho más de lo que realmente necesita y goza cuando los demás sufren.
En la base del comportamiento humano que moviliza los sistemas económicos y sociales se encuentra el ego, que siempre prefiere el estrecho interés propio en vez del bienestar general. Y aquí es que entra a tallar el aspecto, que lamentablemente no reconocemos lo suficiente – queramos o no, nosotros también somos partes del sistema de la naturaleza. Y el hecho de que observamos la naturaleza desde “arriba”, como si no perteneciéramos a ella, nos crea un problema.
Mientras que la ley que dirige toda la naturaleza aspira a mantener el equilibrio y la armonía, el pensamiento que motiva al hombre es completamente contrario, y se resume en “cómo explotar más la naturaleza y el prójimo”. Sin darnos cuenta, estamos cortando la rama sobre la que estamos sentados.
En su libro “Introducción a la Ecología – la vida en su entorno”, escribió el profesor Dan Cohen: “En la última década, es de muy común aceptación hablar de la ecología y la actitud hacia el hombre, pero existe cierta imprecisión en los términos en este concepto. El término “ecología” no significa agua limpia o aire limpio, sino la generalidad de procesos que actúan en la naturaleza. El hombre, por supuesto, es parte del sistema ecológico”. Es decir, el hombre también es parte del sistema de la naturaleza, y tal como demuestran recientes investigaciones en ciencias naturales y ciencias del entorno, cuando un individuo en la naturaleza sale de su equilibrio, saca a la vez a todo el sistema de su equilibrio. En los últimos cientos de años desarrollamos medios de transporte contaminantes, construimos industrias, creamos el plástico entre otras cosas, para agrandar más y más las ganancias. Quisimos una vida más cómoda “a costillas del planeta”. Nos olvidamos de considerar a los que nos rodean y al entorno en el que vivimos – pero el planeta ¡no se queda “de brazos cruzados”! En su especial y dolorosa manera, eligió decirnos: “amigos, calmen un poco, hay un límite de cuanto se puede explotarme. ¡Compónganse! Al fin de cuentas, somos socios”…
Por lo tanto, si realmente queremos ayudar a la naturaleza, debemos empezar de la causa que provocó el desequilibrio – el hombre.
Una verdad preocupante – ecología, cultura y sociedad parte 1
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